14.5.15

HOTEL AMBOS MUNDOS

«Si hay un aspecto infinito del espacio —escribe Joseph Brodsky—, no es su expansión, sino su reducción, aunque sólo sea porque ésta, por raro que parezca, siempre es más coherente. Está mejor estructurada y tiene más nombres: célula, armario empotrado, tumba.»

El poeta cuenta que el promedio establecido de vivienda comunitaria en la antigua Unión Soviética era de nueve metros cuadrados por persona. En la repartición de metros, sus padres y él resultaron afortunados, puesto que en San Petersburgo compartieron cuarenta metros cuadrados: trece punto tres metros cada uno: veintiséis punto seis para sus padres, trece punto tres para él: una habitación y media para los tres. Joseph Brodsky cerró la puerta de su casa en la calle Liteiny Prospect n.° 24, un día del año de 1972. Nunca volvió a San Petersburgo, porque cada intento por visitar a sus padres debía pasar por las manos de un burócrata que consideraba injustificada la visita de un judío disidente del Partido Comunista. No llegó al entierro de su madre y tampoco al de su padre —una visita «sin objetivo», decía el oficio redactado por el señor detrás de la ventanilla. Sus dos padres murieron sentados en la misma silla de siempre, frente a la única televisión del departamento en donde habían vivido los tres.

Después de aquella habitación y media Brodsky tuvo un sinnúmero de cuartos, recámaras de hotel, casas, celdas, sillones-cama. Pero quizá sea cierto que una persona sólo tiene dos residencias permanentes: la casa de la infancia y la tumba. Todos los demás espacios que habitamos son mera continuidad grisácea de esa primera morada, una sucesión indistinta de muros que finalmente se resuelven en la cripta o en la urna —expresión más ínfima de las infinitas divisiones de un espacio en donde puede caber un cuerpo humano.


Papeles Falsos
Valeria Luiselli